La vergüenza en el cuento
“Peregrinación” de Susan Sontag*
El
cuento aparece en Declaración. Cuentos reunidos. Abre una serie de once
cuentos (del original: Debriefing. Collect stories) y cuatro relatos más
en la cuidada edición de bolsillo de Benjamín Taylor.
Una
voz adulta (alter ego de la escritora), en primera persona, relata la
desesperación de una niña, a punto de llegar a la adolescencia, por liberarse
de la etapa infantil que considera una prisión. Ella y su familia migran desde
la desértica Arizona hacia la ciudad de las estrellas y personalidades del
mundo del arte en general, California. El cambio de ambiente y su ingreso a un
nuevo centro de estudios la sorprenden con nuevas experiencias y la posibilidad
de entablar amistad con chicos (hombres) con los que comparte gustos literarios
y musicales.
La
primera línea del cuento nos advierte de un sentimiento en ella: la vergüenza,
pero es conforme nos internamos en la historia que nos damos cuenta de que
cualquier situación que hayamos podido imaginar en esa primera sentencia no fue
la más acertada. Así “Todo lo que rodea mi encuentro con él está teñido por la
vergüenza” nos persuade de continuar leyendo para conocer al causante de ese
sentimiento.
Es
una niña de catorce años que se esfuerza en ser cortés con las personas de su
entorno, aunque se siente diferente de todos. Detesta el jolgorio de sus
compañeros de clase, las risas enlatadas de los programas cómicos de la televisión,
la apatía de su madre vs el entusiasmo del padrastro. “Mi misión consistía en
mantener a raya la tontería (sentía que me ahogaba en tonterías): la alegre
faramalla de mis compañeros de clase y mis profesores…)”. (Sontag, 2019, p. 16).
Piensa que en algún lugar del mundo debe haber mucha gente como ella: “…yo no
me creía una inadaptada. Pues suponía que mi fachada de afabilidad era aceptada
al pie de la letra.” (ídem.). Se siente diferente de todos los que ha conocido
hasta el momento, pero el cambio de ciudad le trae esas nuevas amistades de
similares intereses. Niños que como ella aman las letras y la música. Así, ella
y Merril se vuelven coleccionistas de libros y de discos. En el cuento está
también la historia de un proceso de aprendizaje en el que estos niños trazan
su camino no solo de acuerdo a sus gustos específicos, sino que también se
imponen estoicamente oír música de autores que les desagrada, como parte de
este proceso: “Este último era uno de nuestros problemas recurrentes. Éramos
deferentes con los graznidos y aporreos de John Cage, sabíamos que debíamos
apreciar la música fea; y escuchábamos devotamente a los Toch, Krenek, (…), lo
que fuera (teníamos un gran apetito y estómagos resistentes)”. (Sontag, 2019,
p. 22)
A
cada momento, vuelve al lector el recuerdo de las primeras líneas del relato.
¿Qué la avergüenza? Ella admira al escritor de Alemania Thomas Mann, en esos
tiempos (1949) asilado en EEUU. Reside en California, ella sabe, pero lo piensa
como un ser superior e inalcanzable. Ha inducido a su amigo Merril a la lectura
de los libros de Mann. Es este amigo el que concierta una cita con su ídolo. De
un momento a otro y casi en contra de su voluntad se hallan tomando el té en
casa del escritor. Nos damos cuenta: Mann es el hombre que anuncia al inicio
del relato, pero aún no sabemos por qué.
Como
lectores percibimos un derroche de arrogancia en esa voz adulta que nos narra
el paso de su niñez a la adolescencia. Nos habla de sus descubrimientos y
experiencias intelectuales en esa etapa en que se sentía diferente al resto,
pero de ninguna manera inferior, sino todo lo contrario. Resulta difícil
imaginar la vergüenza en este personaje sui generis, de alta
autoestima, dotado de una profunda capacidad de asimilación de los códigos
artísticos de la generación que la precede: “Parecía inevitable para mí que
casi todo lo que admiraba había sido producido por gente que había muerto (o
era muy vieja) o provenía de otra parte, idealmente de Europa”. (Sontag. 2019. p.
23)
Los
personajes, Merril y su amiga, se han preparado para la entrevista. Él
entusiasmado, ella, por el contrario, preocupada de que su amigo pudiera
cometer algún desatino. Total, es ella la que le mostró la obra de Mann a
partir de su lectura de La montaña mágica, tiene derecho a ser exigente.
Pero sucede lo contrario, Merril se comporta con desenvoltura mientras que ella
no consigue articular las expresiones que hubiera querido, aunque tampoco hace
un mal papel. ¿Qué la detiene? Es el desencanto. Siente que Mann no es el Mann
de los libros, siente que cuando se dirige a ellos es como si reseñara en vez
de portarse como un libro. Ella no logra separar al hombre del escritor. Ahí
está su desilusión. Eso la inhibe. Se azora al no poder manejar esa verdad. Su
Thomas Mann del que tanto afirma haber aprendido no está ahí, no está fuera de
las páginas de sus libros.
Según
el diccionario de la RAE, “vergüenza” (del latín verecundia) indica
turbación ante una falta cometida por uno mismo que lo deshonra y humilla. Es
también turbación del ánimo que nos frena para actuar o expresarnos, va de la
mano con la timidez. El diccionario también considera la variable: “vergüenza
ajena” como un sentimiento causado por lo que otros hacen o dicen.
El
personaje, la niña, siente temor de ir a conocer a su ídolo. Es posible que, de
manera inconsciente, no quiera desencantarse. Después de todo ella se ha
formado una imagen, la ha construido a partir de sus lecturas, sobre todo de La
montaña mágica, novela que la ha hecho volver a su pasado en Tucson, a la
muerte de su padre por casusa de la tuberculosis y a su propia condición de
niña asmática que debe confiar en que el clima benévolo y los cuidados de su
madre la mejoren. Por lo tanto, podemos pensar que antes de sentirse
avergonzada, está asustada. Teme no encontrar a su ídolo. También teme no dar
la talla durante la entrevista. Su pretexto, para sí misma es que quizá su
amigo Merril la haga quedar mal (posible vergüenza ajena), pero poco a poco,
dado el entusiasmo de este, decide entregarse a la experiencia. Ella descubre que su amigo saca adelante la
conversación, pero también entiende que Mann es un hombre, no su Dios
imaginado. La vergüenza de la que nos habla al inicio del relato es por causa
de eso: Descubrir su poca capacidad de separar al hombre del ídolo construido
por ella misma, aunque fundamentado en la genialidad del autor: “Algunos años
más tarde, cuando ya era escritora y conocí a otros muchos escritores, aprendí
a ser más tolerante con la brecha que media entre la persona y su obra. Sin
embargo, aún hoy el encuentro me parece ilegítimo, impropio. En lo profundo de
mi memoria, muy a menudo, recuerdo la vergüenza”. p. 41
***
*Susan
Sontag (Nueva York, 1933-2004). De padres judíos estadounidenses, su apellido
al nacer fue Rosenblatt, que años más tarde cambiaría por el de su padrastro
Sontag. Fue escritora, y aunque su prestigio tiene que ver mucho por la calidad
de su obra ensayística, también fue excelente novelista y cuentista. También
fue directora de cine, de teatro y guionista además de docente universitaria.
Fuentes
Sontag, Susan. Declaración. Cuentos
reunidos. 2019. Ed. Debolsillo. Barcelona
RAE:
https://dle.rae.es/verg%C3%BCenza
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