Las
historias engarzadas de Eva Luna, de Isabel Allende
por mitzar brown
Eva
Luna (1987) es la tercera de las novelas de Isabel Allende (1942). La autora nace
en Lima en circunstancias en las que su padre era diplomático de la embajada
chilena en Perú. Deshecho el vínculo matrimonial de sus padres, la madre regresa con
sus hijos a Chile, con Isabel de apenas tres años de edad. Impuesta la
dictadura de Pinochet, Isabel migra a Venezuela. Este último dato es importante
porque los espacios en los que se desarrolla gran parte de la novela son
recreaciones de la geografía y el clima venezolano, aunque también hay grandes
espacios de la trama que recuerdan la etapa dictatorial chilena, las
represiones, el control de los medios de entonces, etc., y, en general, toda la
época convulsa vivida en los años setenta en Latinoamérica.
El personaje principal, Eva, narra no solo su historia sino también las historias de los diversos personajes que conoce y que la acompañan durante el difícil aprendizaje por la vida. Eva puede ser un alter ego de Isabel Allende, que no solo crea relatos sino que muestra los recursos de los que se vale para la inventiva, también para memorizarlos y poder contarlos. Hay bastante de meta literatura en las acciones de Eva. También, desde el epígrafe manifiesta una clara intertextualidad con los conocidos cuentos del Oriente Medio y su estructura de narraciones hilvanadas:
dijo entonces a Scheherezada: «Hermana, por Alá sobre ti, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche...» (De Las mil y una noches)
Luego la vemos escribiendo cuando aprende a hacerlo y hacia el final recibe una
máquina de escribir como regalo de su amiga Mimí. Precisamente, convencida por ella,
asume la escritura como el oficio del que deberá valerse para sostenerse a sí
misma sin depender nunca más de un patrón. Mimí, antes de su transformación,
era hombre. Inconforme con su suerte decide sacar a la mujer que lleva dentro
desde su nacimiento y, aunque no llega a operarse, cambia su apariencia. Por
fin, deja de ser Melecio, un profesor de italiano durante el día y artista de
lentejuelas por las noches, para ser una reconocida actriz.
Aunque
podemos relacionar la novela con la picaresca, Eva Luna aprende y cambia de amos,
pero no es taimada. Al contrario, es criada en un inicio por su madre que le
enseña de forma natural el duro trabajo doméstico. También es la madre la que
la inicia en su interés por las historias ya que ella misma debe llenar los vacíos
de su vida, esos que nadie conoce, inventándose, incluso, un padre holandés
para satisfacer la curiosidad de la niña. Eva aprende a estar en silencio
cuando debe estarlo y a contar historias cuando necesita de ese arte innato
para hacer trueque con ellas y conseguir pequeños beneficios de las personas
con las que se relaciona.
El
hecho de ser una fabuladora le da licencia para contarnos lo que le han contado
y lo que supuestamente le contaron pero que, es seguro, ha inventado para hacer
sus relatos más interesantes o para divertirse. Lo cierto es que todas las
historias se van engarzando sin que nada estorbe.
Podemos
sí, ver rasgos de personaje pícaro en Huberto Naranjo cuando engaña a los
curiosos para ganarse unas monedas. Les hace creer que es capaz de atrapar un
pez de la fuente de la plaza pública solo con las manos. Previamente le ha
cortado la cola por lo que el pez es fácil de atrapar. Ella conoce a Huberto en
uno de sus momentos de desamparo. Gracias a él encuentra un nuevo hogar. Es de
gran corazón, aunque impenetrable en sus sentimientos. Se vuelve revolucionario
y hacia el final de la historia va a compartir peripecias tanto con Eva como
con Rolf Carlé, un fotógrafo y documentalista con el que la protagonista vive
un romance sobre el que deja abiertas dos posibilidades, agotamiento per se o durabilidad.
Otros
personajes que enriquecen la fantasía de las historias contadas son, además de Consuelo,
la madre de Eva: la Madrina, Elvira, Riad Halabí y su esposa Zulema, la familia
austriaca de Rolf, con un padre tirano, Lukas; los tíos y las primas de Rolf,
en La Colonia.
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